Existen personas que no deberian de amar… Capitulo 4

 

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Agradecí y salí del consultorio con mis resultados en mano.

La recepcionista me despidió muy amablemente, por supuesto sólo levanté mi mano haciendo una señal de adiós.

Decidí irme caminando hasta mi casa. Necesitaba un momento para pensar. Quizá el viento, soplando las hojas de aquel árbol frondoso me haría reflexionar. El canto de ese pájaro tal vez me haría pensar otra cosa.

Al lado de un puesto de revistas típico de la esquinas, se encontraban regalando unos pequeños cachorros Silky Terrier. No pude pasar sin que captaran mi atención. Me quedé unos instantes observándolos, en verdad eran una monada. Me acerqué a la pequeña caja.

Eran cinco cachorros. No parecía haber cruce con otra raza. Eran de perfecto linaje.

Le hice caricias a uno de ellos, a lo cual los otros 4 se acercaron también. El pelaje de estos era fino, de textura sedosa. El más pequeño lamió mi mano e intentó morderla. Por supuesto no tenía dientes, de lo contrario hubiera aventado a ese animal muy lejos.

La joven que los estaba obsequiando pudo notar mi gran llamada de atención hacia ellos.

¿Desea tener uno? Parecen gustarle mucho los animales.-

¿Eh? No, es muy amable pero yo creo que debería venderlos. Son unos hermosos canes en perfecto cuidado. En lo personal pagaría muy bien por ellos- Dejé de acariciar al pequeño sabueso y con un pañuelo de algodón me limpié la mano donde me había mordido el más joven de los cinco.

Oh que va, por supuesto que no los vendería, debe usted saber que he empezado desde temprano a obsequiarlos. Sólo he logrado encontrarle casa a uno de ellos.- Dijo la joven mujer de cabellos oscuros y ojos grisaseos.

-Quizá no estás ubicada en la zona adecuada.- Era la verdad, estaba muy cerca de una brecha cerrada. Por lo general no deambula gente en esa calle.

-Jaja, lo sé. Confesaré que no fui cuidadosa en buscar un lugar concurrido. La caja no es nada ligera ¿sabes?- Ella poseía una hermosa sonrisa. Era muy atractiva, parecía una frágil muñeca de porcelana y con ese corto vestido de olanes color blanco, hacía resaltar sus rojos labios.

-Oh, entiendo.- Le sonreí. Recogí la caja donde los cachorros jugueteaban sin mucho esfuerzo. –Vamos, busquemos un hogar a estos pequeños.- Ella me miró muy sorprendida.

-¿Eh?… ¡EH! –Gritó- Espera no es necesario.- Tomó mis brazos tratando de que bajara la caja. Parecía un poco sonrojada.

-¿Por qué? Pensé que me habías lanzado una indirecta con tu frase “La caja no es nada ligera ¿sabes?”- Ella volvió a sonrojarse un poco más notable. Me soltó y cubrió su boca, desviando la mirada.

Te preguntas porqué causo ese efecto de ruborización en las mujeres. Yo tampoco lo sé. Isa siempre me ha dicho que soy atractivo pero tratándose de ella, siempre pensé que eran palabras amables.

-Supongo que quieres ayudarme…- Pensó un momento sin regresar a verme. –Vale te dejaré ya que pareces querer algo de compañía. Pero será a mi modo ¿Estás de acuerdo con eso? – Dijo de manera muy arrogante. Me guiñó su ojo derecho y sonrió abiertamente.

-Claro. ¿Debería llamarte Jefa?- Con tono burlón pregunté. Ella se sonrojó ahora más visiblemente.

-No… Mi nombre es Katherine.-

-Está bien, Katherine, es un placer. Yo soy Álvaro- Le extendí mi mano y ella la estrechó con la suya de manera frágil y amable, regalándome de nuevo su bella sonrisa.

-Lo mismo digo Álvaro.-

Comencé a caminar con la caja sobre mi hombro. Ella intentó igualar mi paso.

Llegamos a una plaza con un enorme jardín bastante concurrido y Katherine rápidamente me quito la caja y la puso sobre una banca vacía.

Uno de los tusos me miró como suplicándome que lo sacase de aquella gran caja. Con cuidado levanté al pequeño cachorro y le dejé que anduviera un rato en el parque jugueteando con las palomas.

No tardó para que una pareja con dos hijos quisieran a aquel sabueso juguetón.

Katherine estaba encantada de entregárselo a aquella pareja que parecía tan cariñosa y unida.

-Bien hecho Álvaro.- Dijo dándome un puñetazo en el hombro derecho. Debo decir que a pesar de su aspecto frágil y delicado, su golpe dolió.

Ella comenzó a sacar a todos los cachorros y los dejó que anduvieran paseando por el gran prado. Por supuesto sin perderlos de vista.

El segundo cachorro se fue en manos de una anciana que necesitaba compañía. Katherine no simulaba su sonrisa. Realmente estaba feliz de poder ver que sus mascotas se iban en buenas manos. No tardo para que otro de los tres pequeños se fuera con una pareja de recién casados. Katherine me sonrió y llamó a los dos cachorros hacia ella. Estos no tardaron en obedecerla, me sorprendió mucho que lo hicieran. Los tenía muy bien educados. Ella comenzó a jugar con los dos. Su risa era muy contagiosa y agradable.

-Oh… Mira qué monada.- Unos adolescentes de unos 16 años se quedaron mirando la escena de dueño y mascota unida que Katherine estaba proporcionando.

No sabría decir si ellos consideraban a los cachorros una monada por su actitud o miraban embobados a Katherine. No tarde en ponerme a la defensiva.

-Exacto son una ternura ¿Desean uno? – Sonreí cerrando mis ojos.

-¿Oye Carlos nunca has sentido como un escalofrió detrás?- Preguntó uno de ellos a su amigo.

-Ohm… Creo que sé de lo que hablas.- Me regresó a ver de manera nerviosa.

-Hola chicos, no pude notar que están interesados en uno de estos pequeños.- Katherine interrumpió el momento de tensión sonriendo de manera amable.

-¿Eh?- Dijeron al mismo tiempo, voltearon a verme. Yo aún no quitaba mi tan alegre sonrisa.

-Claro que sí… Yo quiero uno jaja. Son muy lindos ¿verdad? Francisco.-

-Sí claro… Son muy tiernos.- Acariciaron al cachorro.

-Me alegro que deseen adoptarle.- Katherine les entregó al segundo cachorrito que quedaba. Ellos lo tomaron, agradecieron y se marcharon. Sólo espero que ese pequeño canino esté bien.

Aunque cuando se fueron pude ver como ellos dos empezaron a jugar con el tuso y a pensar en un nombre para bautizarlo. Creo que después de todo no iban por Katherine.

No tardó mucho para que el Sol decidiese esconderse de la luna. Bañando a su paso con unos cuantos rayos. Mi sombra se hacía cada vez más notoria. No habíamos podido encontrar una familia para el último cachorro. Sin embargo a Katherine no le importó, parecía satisfecha de haber conseguido hogar a los otros pequeños.

Ella tomó entre sus brazos al canino, con su mano derecha lo sujetó firmemente. Comenzó a acariciarle con mucha ternura. Pude escuchar un pequeño suspiro exhausto por parte de ella.

Me senté a su lado y acaricié el lomo del cachorro, a lo que éste volteó y lamió mis delgados dedos. Tuve una sensación de cosquilleo y rápido escondí mi mano.

Katherine rió por el acto, se levantó de la banca y me extendió su mano.

-Ven conmigo Álvaro- Sujetó mi palma, jalándome un poco para que me levantase yo no puse objeción y así lo hice.

-¿A dónde vamos?– Pregunté sonriendo.

-Bueno como me has ayudado hoy, quisiera llevarte al lugar donde mi madre siempre me llevaba. Hay un puesto de helados cerca, vamos yo invito.- Respondió muy entusiasmada.

Que más me quedaba que decirle que por supuesto iría con ella.

Katherine no dejó mi mano, es más, se aferró de esta. Quien viera nuestra escena pensaría que somos un par de enamorados. No me molestó que lo hiciese me era muy agradable. Su mano realmente era suave y cálida. Las pocas veces que volteaba a mirarme, me sonreía.

Caminábamos de manera lenta como si ninguno de los dos quisiese soltar la mano del otro. Eso me causaba gracia y un poco de felicidad.

De su cuerpo emanaba una dulce fragancia, no sabría describirla, este aroma comenzaba con un olor a cerezas, después se desvanecía, dejando paso a olores florales, tal vez lilas o quizás a la flor almizcle blanca.

En todo el trayecto, sólo intercambiamos miradas y gestos de agrado. Ninguno de los dos se declinaba al dejar el contacto de nuestras manos.

Ella detuvo su caminar frente a una franquicia, con un gran letrero sobre la fachada que decía: “Less Bessones” un título muy llamativo y único. Ella insistía en seguir tomando mi mano, pero esta vez fui yo quien la sujeto más a fondo y la guié hasta la entrada.

En el vestíbulo se podían ver ocho mesas color caqui. Sólo tres de ellas tenían cuatro sillas, las demás sólo presentaban dos. Ese lugar era más un lugar al cual asistir con tu pareja.

Era un amplio lugar con una decoración extravagante, los contrastes con diversos tonos café, eran muy adecuados. Se podía percibir un ligero aroma de café y aire frío. La iluminación no era muy intensa, era de un tono amarillento combinado con suaves toques naranja, que contrastaba con el color chocolate de unas cuantas macetas.

Las vitrinas panorámicas dejaban ver una gran variedad de sabores frutales. Y sobre esta, distintos clasificados de barquillos.

Temí que no dejasen pasar al pequeño cachorro por tomar medidas de higiene sanitaria. Sin embargo me equivoqué. Nos asignaron una mesa cerca de una gran ventana.

Un joven mesero que no despegó la vista de Katherine, preguntó un poco nervioso:

-¿Puedo tomar su orden?.-

-Por favor.- Sonrió Katherine -Yo quisiera una copa sencilla de yogurt natural. Agréguele poco durazno.-

-Enseguida señorita. ¿Y usted caballero?- ¡Vaya! Volteó a verme, pensé que no había notado mi presencia.

-Sólo tráigame una copa de vainilla.- No tenía muchas ganas para un helado, era un poco tarde para consumirlo. Pero claro que no podía negarle la invitación a ella.

-¿Desea agregarle jarabe de caramelo encima?-

-No gracias así está bien.- Respondí desinteresadamente.

-¿Alguna galleta quizás?- Volvió a preguntar el mozo.

Odio los lugares donde insisten en agregar algo más a tu pedido. Me es desesperante.

-Le repito que mi orden está completa.-

-Enseguida regreso con su pedido.-

Katherine sonreía divertidamente, como si hubiese leído mi pensamiento de desesperación a las preguntas del mesero.

 

-Omitiendo eso, es un lugar muy agradable.- Dijo tranquilamente sin dejar de verme.

-No lo niego. Parece acogedor.– Le respondí muy calmado, apoyando mi mejilla sobre mi mano.

Ella simplemente se limitó a sonreírme. No podía entender cómo una simple expresión de parte de suya me hacía sentir feliz y calmado.

Katherine me miró un momento pensando, luego sus mejillas se pusieron muy ruborizadas. ¿Qué le ocurría? Me preguntaba, hasta que recordé que aún no soltaba su frágil mano.

-Lo siento- Le solté de manera apenada.

Ella no movió su mano de la mesa. Guiñaba más apresuradamente. Realmente parecía nerviosa. Sus movimientos eran un poco torpes. Tartamudeaba ligeramente.

Todo eso me causaba gracia y ternura. Katherine era muy encantadora. Era muy tierna y frágil.

Nuestro pedido no tardo mucho. Servido en una bandeja plateada. El mesero puso las dos copas cristalinas sobre la mesa. Cuidadosamente colocó las cucharas encima de éstas.

-Fue un placer servirles.- Hizo una reverencia y se retiró.

No parecía heladería, me sentía como en un restaurante de gran prestigio. Supongo que eso lo hacía único a este lugar.

Katherine tiró la cuchara al piso. Sus movimientos torpes continuaban aún. Se sonrojó por su pequeño descuido.

Me apoyé de una mano sobre la mesa y me agaché por el utensilio. Ella sólo me agradeció muy apenada. Le temblaba la mano con cada cuchareo que daba a la copa. Yo le sonreía y no le quitaba la mirada. Esto hacía que se pusiera más nerviosa.

-No me mires tonto- Dijo de manera muy infantil.

Solté una pequeña carcajada y ella me embarró un poco de helado en la nariz. Al instante tomé una servilleta y me limpié. Ella cubrió su boca dejando salir una pequeña risita.

Sentía alegría el poder verla. Me di cuenta de algo. Encontré solución a mi problema.

Katherine me hizo no pensar en ti, esto era lo que faltaba. Un pequeño distractor y ella era la clave…

Continuará…

 

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